Anduvieron la calle en declive. Todo era declive azul. Todo ascendía.
El arbolillo boqueaba verde entre los pedazos de cerámica. Se hubiera dicho una estatua en abandono. Ella se había puesto en pie para restaurar la traza de su túnica. Ella no sabía restaurar la traza de su túnica. Vio su costado y las heridas. La túnica en el suelo y aún el suelo bajo de sí. Hubiera entonado algo que no fuera un gemido, como para honrar los azares de dios. Erguida, sabía que estaba cayendo y el piso se le antojó un pantano. Los dedos buscaron las paredes pero era un pozo huidizo, y ese dolor como única constancia.
No había sombras sobre el muro ni pudo escribir su nombre. Sólo el lado azul le dio una clave, una risa de chacal o de Sísifo, el llamado salvador que no entendía. Una mancha.
Había un espejo. Hay un espejo, Coutelle.
Patricia Damiano
lunes, noviembre 13
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
2
esa estrella que me revelabas quebró mi dialecto
quién he de ser cuando me llames si no te reconozco,
Coutelle,
siempre renunciando a mi sendero
y yo
pretérito frente
hacia el lado de la tiniebla
Publicar un comentario