martes, septiembre 26

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Desperté trémulo, el sudor recorría la frente, miré al techo, lo miraba caerse sobre mi, imbatible. Decidí levantarme, sentía la boca amarga y los labios resecos. Un poco de agua sobre el rostro me ayudarían a despertar. Me apoye sobre la cama, no recordaba parte del sueño, ni de la posibilidad de haberme dormido, sólo estar en la
habitación...

La palabra a veces es escoria, mancha los dientes de quien pronuncia su nombre. No suelo mencionarlo, no quiero mancharme.

Estoy rondando con gran certeza su nombre, y ello me recuerda el odio, la simpleza, la vileza. No era quien para juzgarlo, ahora siento que sus palabras entraran martilleando parte de mi cabeza, alucino encontrándolo en algunas calles, puedo decir que me siento perseguido, que su voz temblorosa suele llamarme, que la mirada callada me reclama con su propio miedo.

Lo enfrento, combato con él, le derribo una vez, siento como se resiste y como se esfuerza por golpearme, busca el rostro y el puño se ciñe contra mi. Me ayudo, me propongo soñarlo. Dentro del sueño su rostro juega conmigo, se presenta como el de un sujeto viejo, barbado, con las manos ensangrentadas, se transfigura, lo veo joven delgado, con una minuciosa marca en el lado derecho del rostro, un severo tajo, así suele esconderse o revelarse, en el sueño... después lo veo agotado, extenuado... casi al borde la locura, de la rabia.

Qué buscaba, me lo pregunto. Le seguiría por las mismas calles le reconstruiría las noches, la primera, el pasado que fue y será dentro de todas las noches. Caminar como si eso pudiera borrarlo, como si mis pasos fueran sobre el desierto, el olvido.

hache