Desde mi último ataque existencial, las pesadillas de Poe han alcanzado mi inconsciente a tal grado de tomar como sueño la vigilia. Al no encontrar culpables factibles, recurro a un viejo miedo: el gato ciego. Podría parecer totalmente ajeno a la convención social, pero el gato ciego tiene mi lástima.
La pasmosa escena que observé por segundos y que aún contemplo con angustia se dibuja en una calle donde el gato araña a la oscuridad en plena luz de día. Volteo a mi alrededor para ver si alguien comparte mi visión: En vano. Y es exactamente eso lo horroroso de la escena. La lástima que siento nace por la confusión (el sustantivo es correcto) de verme en una situación similar. Y digo confusión por el hecho de no conocer si esa lástima es potencial o no.
¿Pueden imaginar al gato, dueño de la oscuridad y penumbras, hundirse y confundirse en el mismo? La primera teoría respecto a la causa de su ceguera se basa en que alguna ama de casa fastidiada por su sigilo y mirada diabólica terminó por arrojarle agua hirviente a los ojos. Mis evidencias: la textura de su pelo en la parte frontal, y un trauma notorio a cualquier objeto cercano en movimiento. La segunda se basa en algo similar: el ácido. Existen las personas con un profundo odio a los gatos. Entre las causas se encuentran algunas supersticiones, la envidia. Un gato negro que se cruza en tu camino es mala suerte: La solución es efectuar la redención por el sacrificio del mismo. Los gatos tienen siete vidas. Mas, aunque sea una metáfora, constituye una conspiración contra la eternidad convidada a los seres humanos por exclusividad. Otros toman sus movimientos silenciosos y habilidad para la caza como ardides propios del diablo. Una de las razones anteriores pudo haber sido el motivo para derramarle ácido.
Desde ese día el gato se me aparece con los ojos fruncidos, con su miedo patético a los movimientos ajenos a los suyos.
Puedo descifrar los valores que le proporcionaba la sociedad en que vivía. Amplios horizontes de éxitos y buenas noticias, pero muy al fondo de sus penumbras antisociales, se escondía una hiena que acechaba y esperaba la última gota de sangre. Esperaba encontrar a mis principios intactos... Visualicé muchas veces un cuerpo desnudo como de animal que vomitaba conceptos y términos extraños.
Icarus
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