¡Maldita se la noche en que fui concebido!
¡Maldito sea el día en que nací!
¡Ojala aquel día se hubiera
convertido en noche,
y Dios lo hubiera pasado por alto
y no hubiera amanecido!
¡Ojala una sombra espesa lo
hubiera oscurecido,
o una nube negra lo hubiera envuelto,
o un eclipse lo hubiera llenado de terror!
¡Ojala aquella noche se hubiera
perdido en las tinieblas
y aquel día no se hubiera contado
entre los días del mes y del año!
¡Ojala hubiera sido una noche estéril,
en que faltaran los gritos de alegría!
¡Ojala la hubieran maldecido los hechiceros,
que tienen poder sobre Leviatán!
¡Ojala aquella mañana no
hubieran brillado los luceros,
ni hubiera llegado la luz tan esperada,
ni se hubiera visto parpadear la aurora!
¡Maldita sea la noche, que me dejó nacer
y no me ahorró ver tanta miseria!
¿Por qué no habré muerto en el
vientre de mi madre,
o en el momento mismo de nacer?
¿Por qué hubo rodillas que me recibieran
y pechos que me alimentaran?
…
¿Por qué deja Dios ver la luz al que sufre?
¿Por qué le da vida al que está
lleno de amargura,
al que espera la muerte y no le llega,
aunque la busque más que a un
tesoro escondido?
La alegría de ese hombre llega
cuando por fin baja a la tumba.
Dios lo hace caminar a ciegas,
le cierra el paso por todos lados.
Los sollozos son mi alimento;
mi bebida, las quejas de dolor.
Todo lo que yo temía,
lo que más miedo me causaba,
ha caído sobre mí.
No tengo descanso ni sosiego;
no encuentro paz, sino inquietud.
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